sábado

LA INOCENCIA (por Andrés Guerreros Serrano)

Creo que estamos tan confundidos ante la vida que nos ha tocado vivir que, siempre que se nombra la palabra inocencia o se pronuncia dicho concepto, acudimos instantáneamente a su contrario: culpabilidad. Es curioso, pero en inglés no se habla de “inocente o culpable”, sino de “culpable o no culpable” (guilty o no guilty). Por ello, creo que andamos muy descaminados a la hora de poder entender lo que significa la verdadera inocencia.

Por otra parte, no nos conformamos solamente con hablar de la culpabilidad al mencionar la inocencia, sino que además, cuando hablamos de ella solemos esbozar una sonrisa cuando menos irónica. Al pronunciar la frase: “Juan es un inocente”, lo que estamos haciendo es tildar al pobre Juan de una cierta ignorancia cercana a la estupidez que lo precipita a ser el objeto de risa de todos los demás.

Finalmente y para terminar de enrevesarlo todo, tenemos declarado el día 28 de diciembre como “el Día de los Inocentes” –día en el que se miente aún más en los medios de comunicación- y esta costumbre tan poco compasiva se ve engrandecida por programas de televisión como “Inocente, Inocente” en donde a un famoso se le gasta una inocentada, haciéndole pasar las de Caín para salir del atolladero.

Por otra parte, desde el punto de vista de lo moral, la inocencia es la característica de la infancia, de los primero años de vida, que definitivamente desaparece o queda atrás al sobrepasar los siete años, edad en la que se supone que “se adquiere” el uso de la razón. Por lo tanto, desde el punto de vista moral se opone la inocencia a la razón, aunque luego en nuestra sociedad, en este mundo en que vivimos se le dé preponderancia a la razón sobre cualquier otro aspecto de nuestra humanidad, y mucho más sobre la inocencia.

Se menciona pocas veces en el TAO TE KING la palabra “inocencia” y, las veces en que se la menciona, casi siempre viene sobreañadida por el traductor, así por ejemplo se habla de “volverse como un niño” y el traductor añade intentando recoger la profundidad de su interpretación “la inocencia de un niño”.

Lo que en principio puede llevarnos a pensar que el taoísmo no admite la inocencia o no la considera valiosa, sin embargo pronto se desvanece si penetramos más profundamente por el texto. Para mí, siempre ha habido tres palabras en el Tao Te King que he relacionado instintivamente con la inocencia: una es P’u; otra, Virtud y la última, Vacío.

P’u (樸)es un término que aparece mencionado varias veces en el texto traducido por Lin Yutan. Hace referencia a lo que él denomina “la simplicidad prístina” o lo que es lo mismo, a la naturalidad radical, a ese comportamiento que no está afectado por los compromisos ni por la educación y que se mueve al socaire de lo que naturalmente le estimule. Esa simplicidad prístina se enfrenta claramente a todo lo que tiene de rito, de compromiso, de obligación, de social, frente a lo simple, lo primigenio, lo esencial que se mueve en terrenos incontrolados y de igual modo se detiene en lo minúsculo como arrasa lo grandioso. La inocencia también es eso: es la simplicidad original con la que todos y cada uno de nosotros nacemos, con la que abrimos por primera vez nuestros oídos y nuestros ojos a la vida, a las experiencias, a las personas, a las relaciones, a la convivencia. Es esa hoja en blanco de la que tradicionalmente se ha hablado refiriéndose a la mente de un recién nacido. Es la naturalidad, es el instinto natural, es el comportamiento según la vida le manda. No hay nada que no sea natural en un niño, desde su despertar, hasta su demandar. Por eso, en otro pasaje del Tao Te King se habla de “como un niño que aún no sabe sonreír”, como si el acto de sonreír fuera ya una respuesta interesada y motivo de una cierta pérdida de la inocencia original.

La Virtud (德), según el Tao Te King, es la fuerza que TAO otorga a quienes lo siguen y caminan bajo su influencia. Es la fuerza reveladora, decisiva y decisoria, es la fuerza que da la libertad de ser lo que uno es, sin límites y sin condiciones. Esa fuerza, ese “poder” como otros traducen, sólo surge cuando no lo perseguimos, sino que acometemos la vía del abandono, del olvido, de la autonegación (para los cristianos). Esa Virtud que ha sido confundida tantas veces con el “buen hacer” o el “hacer bien”, el cumplir “las virtudes” cristianas o simplemente las más humanas. Esa virtud que transforma a personas normales en vida, en santos a su muerte. Sin embargo, la Virtud es más que todo eso, es también “la inocencia”, porque al fin y al cabo, la inocencia es abrir los ojos a un mundo nuevo, a un mundo por resolver, por vivir, que se nos desvela a cada momento, sin imágenes preconcebidas, sin prejuicios, sin juicios, sin más valor que el de ser real a cada momento en que nosotros participamos en él. Por eso, también contaba Peter –ya lo comenté en otra ocasión- lo del soldado fiero y salvaje que queda desarmado por la mirada y la sonrisa indefensa y natural de un bebé abandonado entre los destrozos de una guerra cualquiera. Seguro que si sustituyéramos la palabra Virtud o Te por la palabra inocencia, no quedaríamos defraudados en cuanto a las posibilidades comprensivas y clarificadoras de tal sustitución.

Finalmente, la inocencia como Vacío (虚), creo que es algo que no puede pasar desapercibido para alguien que haya leído mínimamente el Tao Te King. El niño que viene a la vida, que nace al mundo no trae nada con él: sólo su capacidad de aprender, de captar, de saborear, de paladear y de degustar cada uno de los instantes de su presente; mientras que, por el contrario, al hacerse mayor se ve inmerso en una lucha contra un tiempo que nos acoquina, que nos regula y que nos humilla: un pasado que no existe ya y un futuro que nos hace temblar la mayor parte de las veces por lo que supone de posibilidad de perder. Pero el niño no: como un Vacío todo lo aprehende, todo lo absorbe, todo lo mira. Todo con esos ojos que se quedan fijos y parece que no miran, pero que no se despegan del objeto; con esos oídos que parece que no oyen y que sin embargo, lo despiertan si no pertenecen a su entorno conocido. La inocencia es Vacío: es un Vacío que busca llenarse y se llena de amor, de Virtud, de energía, de potencia, de capacidades y posibilidades sin límite.

Sin embargo, me gustaría recordar unos versos de Antonio Machado que siempre han rondado por mi cabeza desde que los leí allá en mis 18 años:

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

(Autorretrato – Antonio Machado)

Siempre me fijaba en “ligero de equipaje, casi desnudo”, eso también es Vacío, también es libertad pero también es inocencia. Me gustaría desde estas líneas plantear algo que hace ya muchos años Peter planteaba –y a mí en más de una ocasión me lo repitió en conversaciones entre comidas o en charletas ocasionales-: no hay otro modo de encontrar la felicidad que obteniendo la inocencia. Y yo le preguntaba: “Pero, Peter, ¿Si la inocencia ya la he perdido hace mil años, cómo voy a conseguirla ahora?” y siempre recuerdo que contestaba lo mismo: “¿Cómo hace usted con una cinta de casete que ya está grabada? Muy sencillo, mire, grabar encima; olvide lo anterior y grabe encima”. Y seguidamente añadía: “Mire Ud, con el fresquito-calorcito vamos borrando todos los malos recuerdos y olvidando. Con nuestra práctica diaria vamos escribiendo encima de nuevo. Cuanto más repetimos, mejor grabado queda; cuanto más repetimos, más lejos queda lo anterior. Y al final ¿qué? Lo que dijo Jesús a Nicodemo: El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”

Por eso, me gustaría resumir mis palabras en que nuestra misión individual, ahora, no es más que la búsqueda de la inocencia, el reencuentro con la inocencia perdida, el Vacío, la Virtud, la simplicidad prístina (P’u), la fuente de la eterna juventud donde mana el Espíritu y donde habita la felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario